El ciberacoso o ciberbullying es una nueva modalidad de violencia que está aumentando en nuestro país. Según estudios e investigaciones de la Fundación ANAR (Ayuda a Niños y Adolescentes en Riesgo) y la OMS (Organización Mundial de la Salud) nos encontramos con situaciones de violencia cada vez más graves y serias, habiéndose disparado en los últimos años los casos de ciberacoso y la gravedad de los mismos, observándose un aumento en la escalada de violencia.
En los últimos años las denuncias de menores por acoso en internet han subido más de un 400% y se han duplicado en el año 2017 los cambios de colegio por motivos de ciberacoso. Casi el 95 % de estos adolescentes sufrieron o sufren algún problema de tipo psicológico como resultado de la violencia recibida.
Este tipo de maltrato emocional es una forma de violencia que no deja lesiones ni señales físicas observables, y por ello se tarda más en detectar, pero afecta gravemente al desarrollo del niño y/o adolescente.
¿Cómo puedo saber si mi hijo o hija está sufriendo bulliyng? ¿Cuáles son los indicadores de que puede estar siendo víctima de alguna situación de violencia? ¿Qué puedo hacer como padre para proteger y ayudar a mi hijo en estas situaciones?
Las situaciones de violencia implican siempre cambios en la conducta observable: cambios en la alimentación, el sueño, el colegio y sobre todo en la sonrisa de nuestro hijo. Todos ellos son indicadores de que algo está pasando y el niño o adolescente puede estar sufriendo una situación de violencia.
La violencia tecnológica puede darse de diferentes formas; el chantaje, la manipulación y el control son las más habituales. Respecto a esta última, estamos acostumbrados a un nivel de control y sobreprotección en las relaciones que no somos conscientes de cómo anulamos la capacidad de autonomía de nuestros hijos, generando en ellos sentimientos de inseguridad y miedo, fomentando de esta manera, que ellos a su vez interioricen y generalicen distintas formas de control a otras relaciones.
De este modo, nos encontramos con adolescentes que normalizan el control, que no toleran la independencia del otro, que se sumergen en relaciones simbióticas y tóxicas cargadas de miedo e inseguridad y que desembocarán en una escalada de control y violencia cada vez mayor. Conductas como la supervisión de los perfiles de redes sociales, las fotos que se suben a Instagram, manejar las claves del otro, tener que pedir permiso para quedar con otras personas, ponerse cierto tipo de ropa o tener que dar explicaciones de donde se está en cada momento del día son formas de control que coartan la libertad de la persona y que nada tienen que ver con demostraciones de amor.
El amor viene acompañado de la mano de la confianza, de la seguridad y del respeto por el otro y por su diferenciación como persona. El control nace de la desconfianza, del miedo y de la inseguridad. Por tanto, estas sensaciones podrán calmarse con respuestas sumisas por parte de la persona que es controlada pero a medio – largo plazo el problema persistirá y aparecerán otros aún más graves: aislamiento, depresión, ansiedad, insomnio, agresiones físicas… De este modo, estemos atentos a posibles situaciones de violencia, sean del tipo que sean, hablemos con nuestros hijos de este tipo de escenarios y realidades, sensibilicémosles para que cuando aparezcan puedan identificarlas y pedir ayuda. Y en relación a esto, también merece la pena recordar que hoy en día se hace muy necesaria una educación sexual online que responda al momento actual que viviemos en la era digital.
En otros casos es muy habitual encontrarnos con situaciones de desprecio, amenaza, burla…una violencia emocional gratuita que genera en la persona que la recibe un daño enorme. Lo más preocupante es la normalización que se hace en los últimos años de este tipo de conductas violentas, que muchas veces aparecen en grupo y a las que no se les da voz, dotándosele de una cierta legitimación e impunidad, generando sensaciones de indefensión y desamparo en las personas que las sufren, que en muchas ocasiones y ante la imposibilidad de ver una salida acaban en suicidio o patologías mentales graves.
Por tanto, enseñemos a nuestros hijos sobre conductas y contextos dañinos e igualmente eduquemos para que nadie vuelva la cara, ni adultos ni niños. Enseñemos a no mirar a otro lado y, si presenciamos situaciones de violencia, actuemos generando entornos protectores que aíslen al agresor.
Para protegerlos, la clave no es alejarlos, sino fortalecerlos para que cuando alguien les haga daño puedan contarlo y pedir ayuda. No hay nada más traumático que tener que silenciar experiencias dolorosas y de sufrimiento porque se han interiorizado mensajes como: Sé fuerte, Ándate con cuidado o No estés mal.
La protección no se basa en controlar el entorno de nuestros hijos y apartarlos de cualquier peligro o sufrimiento sino de generar la fortaleza suficiente para ver el peligro y poder pedir ayuda. La protección consiste en animar a nuestros hijos a salir, a probar, a arriesgarse, a experimentar, a poner a prueba sus propias capacidades y aprender a pedir ayuda si tienen un problema.
Por tanto, si estas sufriendo algún tipo de violencia o conoces a alguien que crees que pueda estar en una situación de este tipo, no dudes en contactarnos. Desde Funsalud podemos y queremos ayudarte. Puedes echar un vistazo a las diferentes líneas de actuación de nuestra fundación en cuanto a la prevención y tratamiento de estas problemáticas.
Marta Vicente Álvarez | Psicóloga especialista en psicoterapia con niños, adolescentes y adultos.