Como hemos comentado en otras ocasiones, las consecuencias de la adicción al móvil se pueden aprenciar en todas las etapas de desarrollo del menor. Los efectos del uso abusivo de la tecnología varían en función del nivel de madurez de la persona. No estamos igual de preparados tanto a nivel físico como psicológico para integrar la información proveniente de una pantalla cuando tenemos un año de edad que cuando tenemos 8. Igualmente, nuestro cerebro no es el mismo a esta edad que cuando acabamos de nacer, ya que en los primeros momentos de vida es mucho más sensible y vulnerable porque está aún por hacer, en vías de desarrollarse. Pues bien, teniendo esto en cuenta, vamos a hablar sobre las consecuencias que puede tener el uso de la tecnología a diferentes edades y en distintos momentos evolutivos. En este primer artículo llegaremos hasta los 7 años, y en el siguiente hasta los 18 años. Como padres, es importante conocer los efectos sobre el funcionamiento neuropsicológico, ya que puede ser de gran ayuda a la hora de decidir qué papel queremos que jueguen las nuevas tecnologías en la vida de nuestros pequeños. En este sentido, es importante recordar que todo lo que no se resuelve adecuadamente en cada etapa se va arrastrando a la siguiente.
De 0 a 2 años: el cerebro del niño es tremendamente vulnerable y su desarrollo está en vías de completarse, proceso que durará toda la etapa infantil y parte de la adolescencia, pero es en los primeros años cuando es más sensible a los cambios y estímulos del exterior. Por tanto, el cerebro no está preparado para recibir la estimulación de dispositivos electrónicos y supone una sobrestimulación que genera una sobrexcitación del mismo y provoca estados de perturbación, agitación e inquietud. De este modo, aumenta la probabilidad de padecer problemas de sueño, alimentación, nerviosismo e irritabilidad en esta etapa inicial del desarrollo.
En esta etapa, el bebé ha de aprender a integrar en su estructura psicológica toda la información proveniente del exterior que le llega de distintas formas y a través de luces, sonidos, imágenes y sensaciones corporales, entre otros. Todo ello para el bebé supone un sobresfuerzo para poder incorporar, integrar y adaptarse a esa cantidad de información que para él es completamente nueva, desconocida, desorganizada y sin sentido. Con la ayuda y el sostén del adulto, y de que éste se ocupe de mantener a su bebé en unas condiciones ambientales lo más cómodas posibles, va incorporando e integrando toda la estimulación del exterior, no sin esfuerzo.
Teniendo esto en cuenta, imaginemos por un momento el efecto que puede tener un dispositivo electrónico en la estructura cerebral del bebé, con todos sus colores, luces, sonidos e imágenes que cambian constantemente. Primeramente, va impedir que el bebé desarrolle adecuadamente la capacidad para poder atender, concentrarse e integrar la información proveniente de su entorno, y por otro lado, se le sobrexcitará tanto con la estimulación procedente de la pantalla que se alterará su funcionamiento cerebral y, como consecuencia, con mucha probabilidad se mostrará hiperactivado.
Por otro lado, el uso de móvil en estas edades tan tempranas interfiere en el establecimiento de un vínculo seguro entre el bebé y mamá/papá. El uso del teléfono u otras pantallas como elemento calmante o de distracción cuando el bebé siente un displacer entorpece tanto la capacidad para ir regulando sus sensaciones y experiencia interna así como la capacidad de poder ir haciendo una representación mental de sí mismo, dificultando que los padres puedan configurarse como fuente de protección y seguridad para el bebé. En la medida que esto sea de mayor o menor frecuencia, supondrá un factor de riesgo para el establecimiento de un apego de tipo inseguro. Igualmente, si mantenemos al bebé en continua estimulación, sin encontrar pequeños espacios y momentos para el ensimismamiento y la desvinculación, se corre el riesgo de generar en él una intolerancia a no estar sin el otro y al vacío, sentando las bases para el desarrollo de una adicción en el futuro.
De 3 a 7 años: en esta etapa, el juego, la socialización y la relación con los otros ocupan un papel primordial. El niño empieza a desarrollar cada vez más su curiosidad, su creatividad y sus habilidades sociales. Quiere experimentar, explorar, asumir nuevos retos e ir poco a poco avanzando en criterios de autonomía. Para ello, necesita verse con la confianza suficiente por parte de los padres para atreverse y para poder equivocarse, tropezar y caerse durante ese proceso. El abuso de la tecnología tiene el riesgo de generar niños asustados, apocados, con miedo a afrontar situaciones nuevas, con problemas para relacionarse con iguales y por tanto, con dificultades para desarrollar un repertorio de habilidades sociales que les permita desenvolverse adecuadamente con su entorno. Igualmente, dificulta el desarrollo de la creatividad, de generar alternativas para resolver situaciones, problemas para mantener la atención, hiperactividad, impulsividad, dificultades en el rendimiento escolar e inestabilidad emocional.
En la vida de los niños es importantísimo que aprendan a tolerar la frustración, a manejar y sentir estados negativos y experimentar que igual que los sienten pueden ser capaces de experimentar cómo desaparecen, sin necesidad de obtener la recompensa que ha generado esa frustración y sin necesidad de que me den una pantalla para “callar, tapar y silenciar” mi malestar. Así los niños no aprenden a manejarse con la adversidad, y para ello hay que prepararles, porque, aunque la vida está llena de experiencias maravillosas, también trae muchas decepciones y desilusiones. Por ello, es importantísimo enseñar a nuestros hijos a tolerar la frustración, y para ello, hay que legitimar su enfado y su malestar (sin trivializar, criticar o enfadarse), para después ayudarles a regularlo, sosteniendo su enfado, su disgusto o su tristeza con un abrazo, con cercanía, con contacto, y por último ofrecerle una alternativa de solución. Esta es la base de la regulación emocional, que se aprende con el otro a través de la heteroregulación en la infancia, y que permitirá en la adolescencia y edad adulta la autoregulación, o lo que es lo mismo, tener la capacidad de manejarse solos a nivel emocional en determinados momentos.
¿Y qué sucede con los niños de a partir de 7 años? No te pierdas nuestro próximo post, sigue leyéndonos en este blog del proyecto Levanta la cabeza de Funsalud.
Marta Vicente Álvarez | Psicóloga especialista en psicoterapia con niños, adolescentes y adultos.
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