Como ya hemos comentado en artículos anteriores, como este sobre Cómo educar a nuestros hijos en su crecimiento digital, el papel que desempeñemos como padres en la crianza de nuestros hijos va a determinar e influir enormemente en su desarrollo y personalidad futura. En este sentido, el concepto de apego se torna fundamental y por ello, vamos a pararnos un poco para hablar sobre este término y entender mejor su importancia.
El apego, también denominado “vínculo de apego”, es un sistema innato de nuestro cerebro que evoluciona en función de cómo sean las respuestas de las figuras significativas (en la mayoría de los casos, los padres) y según cómo sean éstas van a determinar cómo el bebé va a organizar sus procesos motivacionales, emocionales, memorísticos, etc. En pocas palabras, en función de cómo sea el apego que se genere en el niño así será su desarrollo. En este sentido, el apego puede ser “seguro” o “inseguro”, encontrándose posteriormente distintas descripciones en cada una de estas categorías.
De este modo, las relaciones de apego sirven para crear la base central a partir de la cual se desarrollará la mente de nuestros hijos. Así pues, el apego inseguro servirá como factor de riesgo significativo en el desarrollo de algún tipo de psicopatología, y por el contrario, el apego seguro confiere una forma de resiliencia emocional, siendo un factor de protección que facilita el desarrollo de una personalidad segura y sana.
¿Cómo podemos desarrollar un apego seguro en nuestros hijos?
Los bebés vienen al mundo en una situación de total vulnerabilidad, dependencia, y por tanto, llenos de necesidades materiales y emocionales. Necesitan de sus figuras de apego(los padres) para que esas necesidades se cubran, necesitan de papa y mama no sólo cuando tienen hambre, sueño o frío, sino también cuando están asustados, cuando están enfadados o están tristes. Igualmente, buscan a sus padres para compartir abrazos y besos, la alegría, su sorpresa por algo o la vergüenza que ha sentido por algo que ha hecho cuando son un poco más mayores. Por tanto, desde el nacimiento los niños buscan la proximidad con sus padres para que éstos les proporcionen la sensación de seguridad que necesitan, necesitan vínculo para poder sobrevivir y es ese vínculo lo que a su vez les hace sentirse valiosos y queribles, creencias que se harán nucleares en el niño y que facilitarán que disfrute de una buena autoestima en un futuro.
La cercanía, sensibilidad, disponibilidad y capacidad para sintonizar con las necesidades del niño proporcionan el refugio que necesita para tranquilizarse y sentirse seguro. A medida que crecen, los niños internalizan sus relaciones con las figuras de apego, lo que les proporciona la habilidad para desarrollas un modelo o esquema mental de seguridad, denominado “BASE SEGURA”. Esta representación se graba en la mente del niño quedando internalizada y a su disposición para evocarla cuando necesite tranquilizarse y sus padres no estén. Cuando los niños desarrollan apegos seguros hacia sus progenitores, éstos les permiten salir al mundo a explorar y relacionarse con otras personas, atreviéndose a probar cosas nuevas, nuevos retos y embarcarse en nuevas aventuras.
De este modo, un vínculo de apego seguro en la infancia contribuye a crear esa presencia interna tranquilizadora porque nos ofrece experiencias en las que se nos reconoce, se nos ve, se nos comprende y se nos cuida. Pudiendo interiorizar posteriormente esas experiencias y permitiendo afrontar a nuestros hijos los retos, dificultades o las situaciones nuevas que les vayan surgiendo a lo largo de la vida.
Con todo lo expuesto, queda claro que el niño necesita a su cuidador, busca su proximidad, su cercanía, su protección porque es una necesidad evolutiva y lo necesita para obtener seguridad y para poder sobrevivir. Para que esa base segura se vaya forjando, el progenitor ante la demanda de una necesidad del niño tiene que identificarla, legitimarla y ayudarle a regularla emocionalmente.
Dicho esto, viene siendo cada vez más habitual ver a los niños pequeños en los parques, en el autobús, el metro, en la sillita de paseo o los centros comerciales expresando necesidades ya sean de intranquilidad, aburrimiento, miedo o soledad y la respuesta de la figura adulta sea ofrecerle el móvil. ¿Estamos sintonizando con las necesidades de nuestros hijos? ¿Estamos ayudándoles a que entiendan qué es lo que les pasa? Ayudándoles a traducir qué es lo que sienten? ¿Les estamos ayudando a aprender a regular sus estados emocionales? O les estamos invitando a silenciar, tapar y reprimir su mundo interno y emocional mandando un mensaje del tipo: apáñatelas y entretente tú solo mirando hacia otro lado o como puedas ¿Cómo va a repercutir esto en su futuro? ¿Qué creencias respecto de sí mismo dejan grabadas estas experiencias en la mente del niño?
El uso abusivo del móvil crea apegos de tipo inseguro dificultando por parte del niño el aprendizaje de estrategias adaptativas para regular sus estados emocionales que, como se ha dicho antes, aumenta enormemente la probabilidad de generar problemas de tipo clínico en la infancia y en etapas posteriores. Igualmente, facilitará que se instauren en el niño creencias nucleares respecto de sí mismo que le acompañarán el resto de su vida como: “no soy importante” “no tengo valor” o “no puedo contarlo” o “no puedo manejar mis emociones con seguridad”, entre otras, y que condicionarán su funcionamiento y desenvolvimiento diario. Dicho esto, no olvidemos la importancia que tienen sobre todo los primeros años de vida de los niños para su desarrollo futuro, es en ese momento en el que se graban la mayoría de las representaciones, donde se van generando modelos de funcionamiento y donde el niño se va configurando una idea de sí mismo a través del reflejo que le ofrecen sus figuras de referencia. Por tanto, CUIDEMOS EL VÍNCULO CON NUESTROS HIJOS.
Marta Vicente Álvarez | Psicóloga especialista en psicoterapia con niños, adolescentes y adultos.
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